jueves, 7 de abril de 2011

CASAMIENTO


Al otro día, llegando aquí uno tiene que mandar a una persona de respeto, responsable - para que vaya - y tenga buen vocabulario, para ir a decir lo que significa: Que aquí llegó y que aquí está, que estén tranquilos. Así que los papá y mamá esperan eso, al otro día. Cuando perdió una niña esperan al mensajero. Nosotros decimos el werken.

Pero tiene que hacer el papá. Mi papá tiene que mandar, no yo.

Después me preparé para celebrar mi casamiento. Un mes después, más o menos, vine a “pagar” mi casamiento. Otra vez tengo que mandar a mi werken, mi persona mayor de edad. Fue mi cuñado Martín Raguileo. El partió de nuevo; pero, tiene que ser llevado por otra persona. El hermano de mi suegro fue el intermediario. El no podía llegar a la casa del papá de la novia solo, tiene que ser con otra persona, un intermediario. Llega el werken, va acompañado.

Allá llega y habla con su hermano: Mire hermano, aquí llegó otra vez este caballero. "Quiere hacer su pago." Entonces mi suegro tiene que señalar el día en que tenemos que ir nosotros.

Así lo hice. Creo que dejó una semana. Un poco más, un poco menos, no me acuerdo bien. Fuimos a pagar.


Compré una bestia para matar: una yegua. Dos ovejas. Un reboso, un chamal, para la Mamita, mi suegra; dinero en efectivo, para el suegro. Todo eso se hace, se entrega en el acto. Y tiene que haber una persona para que vaya a hacer uso de la palabra: “Este es el pago...”

A mí me ayudo mi hermana Dominga. Me ayudó la hermana Carmela. Me ayudó otra prima que tenía en La Vega. Mis cuñados me dieron dinero en efectivo: 500 pesos (en ese tiempo era harta plata). Yo compré la bestia, una auka, una bestia que nunca se ha montado. ¡Gorda! Esa la matamos allá.

Relato entregado por Pablo Quintupill, en Saltapura, el 2 de febrero de 1991.

Imagen: Pablo Quintupill
Fotografía: Germán Correa. Saltapura, febrero 2011.

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