martes, 27 de diciembre de 2011

RELATOS DE BRUJOS Y BRUJAS

Hoy comparto, especialmente a mi familia, relatos recolectados en Saltapura que hablan de brujos, brujas o brujerías. Hace un tiempo atrás subí un relato histórico, de los que conozco más (los subiré más adelante). Me parece de mucha importancia hacerlo así, a falta de un contacto directo (vivimos todos/as lejos). De este modo, aquellos/as que nacieron y crecieron fuera de nuestro lof pueden conocer de su raíz y fortalecer su identidad, no sólo con su "apellido" sino que también con el colectivo que habita Saltapura.

Los narradores son Carmela Ñancupil (mi mamá), José Raguileo Ñancupil (mi hermano) y la tía Isabel Tragolaf. Aquí les van:

RELATO DE BRUJERÍA
(Carmela Ñancupil; Saltapura, 03 de marzo de 1989)

A un joven lo iban a correr. Lo iba a correr su mamá, quien era bruja. Entonces, un amigo suyo, joven también, le avisó. Ese otro joven también era brujo y como eran buenos amigos se compadeció de él y le dijo.

-         Tu mamá te va correr, tal día. Yo también soy brujo, por eso lo sé. Ella llevó unas ropas tuyas. Están en el renv[1]. ¿Te atreves a ir a buscarlas?, porque nadie más que tú puede hacerlo. Y yo te puedo llevar.

El joven dijo que sí, que se atrevía. Y fueron. Allá estaban sus cosas y las tomó. De ahí el amigo le dijo:

-         Tal día habrá una reunión a la que yo también asistiré. Ese día, tu mamá dirá que saldrá de visita a casa de un hermano suyo. Es mentira, porque debe ir a la reunión en que te va a correr. Ese día habrá carrera. Si vas conmigo, podrás mirar escondido desde el monte.

Y así lo hicieron. Ese día la vieja salió diciendo que iba a visitar a un hermano suyo. Y se fue. Más tarde se fue el joven con su amigo, y se quedó en el monte donde éste se lo dijo, y desde allí observó lo que ocurrió. Por la noche llegaron todos los brujos, entre los que vio a su mamá. Cuando le correspondió correr le preguntaron qué iba a apostar y ella respondió que “una cabeza de diuca”. Esa diuca era su hijo, el único que tenía. Entonces corrieron y la vieja perdió. Ahí, lloró la vieja; pero, ya había perdido.

Entonces, los brujos mataron un cordero grande que tenían amarrado (que representaba al hijo) y le dieron carne (a la vieja) para que llevara de rokiñ. Después de ver todo eso, el joven regresó a su casa.

Su mamá regresó temprano por la mañana, cansada y con sueño. Dijo:

-         ¡Ay! Vengo cansada. Aquí traigo carne que mi hermano me dio. Me mató un cordero mi hermano. Y se lo pasó a la señora de su hijo. Ella se alegró; pero, su marido – el joven – le dijo sin que se diera cuenta su mamá:
-         Déjala por ahí. No la cocines.

Ella se extrañó. Es que su amigo le había dicho que no comiera de esa carne porque era del cordero que los brujos mataron y que lo representaba a él. Entonces, se iba a comer a sí mismo. Hecho eso, no había ninguna salvación.

La mamá se fue a dormir. Cuando se quedó dormida, el joven la mató con un hacha. Así murió la bruja y el joven se salvó. Después el joven avisó a sus familiares, a quienes contó todo. Ellos entendieron que se trataba de una bruja y consideraron que se había hecho justicia. Nadie puso denuncia por el caso.

Nota: Este relato proviene de Ragintuleufu y fue narrado por Isabel Melillan a Carmela Ñancupil, su suegra. Los hechos habrían ocurrido en ese lugar.

UNA BRUJA SORPRENDIDA
(Carmela Ñancupil; Saltapura, 03 de marzo de 1989)

Al mediodía, las brujas salen a buscar lo que necesitan para hacer sus brujerías. Un joven siguió a una mujer que se internó en el monte, a eso del mediodía. Cuando llegaron bien adentro del monte, la mujer sacó su reboso, lo extendió sobre el suelo, sacó un “pitito” de entre su ropa y lo tocó. El joven escondido, observaba.

Al poco rato, comenzaron a llegar todo tipo de insectos y sabandijas. Entonces, ella sacó su cortaplumas y de uno en uno los iba tomando y les sacaba algo. ¡Quizás qué sería!. En eso estaba cuando el joven salió de su escondite y le habló de sorpresa:

-         ¿Qué está haciendo, papay?
-         ¡Ay!,  dijo la mujer. ¡Ay, caw! No le cuente a nadie, caw. No le cuente a nadie. Remedio, caw; pa remedio que ando buscando.

Ya. Así quedó. Pasó el tiempo y como al año la mujer se murió. Dicen que cuando pillan a los brujos, estos se mueren. Seguramente se molestará el Diablo.

LA MUERTE DE CEWKE
(José Raguileo; Saltapura, 13 de junio de 1994)

Cewke fue weku (tío, hermano de la madre) de los Curiqueo: Pvxem y el finado Alberto. Cuentan que en una ocasión encontró un plato con un pollo asado y tapado con un mantel y que también había allí una botella de vino. Eso ocurrió en la junta del camino que sale de Saltapura con el que viene de Bolonto y sigue hacia Loma Larga, en el alto de Wiskao.

Dicen que Cewke se llevó el pollo a su casa, con todo. Se lo comió y también se tomó el vino. Tiempo después murió. Era un mal. Por eso, en este lugar nadie se come algo que encuentre botado.

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En abril de este año, más o menos, donde se junta el camino que sale de Saltapura con el público que viene de Teodoro Schmidth  y que va a Nueva Imperial, en el sector del paradero de la micro, varias personas vieron dos botellas malteras que contenían un líquido; entre ellas la Flor[2] que iba a endilgar a la Loreto[3] hacia la escuela. La señora Raquel, que vive a menos de 100 metros del lugar, cuenta que en ese lugar se encontró con Miguel Ñanculeo[4], quien probó el contenido de las botellas y le dijo que era chicha y que estaba buena. Se las llevó. Las botellas habían estado allí gran parte del día.

Nota: A la fecha (2011), Miguel Ñanculeo sigue vivo. Lo de las botellas de chicha no se trató de un mal; probablemente algún borracho las olvidó.

OTRO RELATO DE CEWKE
(José Raguileo; Saltapura, 14 de junio de 1994)

Cewke era brujo. Cuando murió un pariente – no recuerdo quién – hicieron la fosa en el mismo lugar en que había sido sepultado finao Tran (Tránsito Calfuqueo), papá de Arnoldo. Allí salió la calavera del finao anterior, de Tran.

El viejo Cewke se robó la calavera. Después del funeral pasó a hacer kojetu[5] donde mi tío Martín Raguileo. Dejó la calavera escondida en un chuponal[6]. Tal vez por borracho o por la oscuridad, no la halló después.

Al tiempo después, Herman – hijo de mi tío Martín – rozando, la encontró en ese lugar. Así se supo del robo de la calavera. La llevaron de nuevo al cementerio para sepultarla.

UN CASO DE CHONCHÓN
(José Raguileo; Saltapura, agosto de 1994)

Miriam[7] y José cuentan que estaban solos en la cocina de fogón, cuando pasó un chonchón y cantó. José le dijo “Venga mañana a tomar chicha. Todavía queda”. Al día siguiente, llegó el viejo Cheuquepal, quien nunca había visitado la casa. Llegó preguntando por chicha. Como era conocido lo hicieron desmontar y lo atendieron como acostumbran hacerlo en casa. El hombre se curó.

Dice la mamá que en esa oportunidad, después de estar muchas horas en casa y ya borracho, contó que era chonchón; pero, que no hacía daño. También contó que su mamá solía enviar piedras hacia la cordillera. El newen, dijo que lo tenían debajo de un morro de tierra que hay junto a una tranca a la salida de su casa.

OTRO RELATO DE CHONCHÓN
(José Raguileo; Saltapura, agosto de 1994)

Había un fulano que tenía empleado, inquilino. No le duraban. Todos se iban. Un día invitó a un compadre suyo para que le sirviera. A ese hombre le dijeron que tuviera cuidado con su compadre porque tenía algo y que por eso se le iban los empleados. Él aceptó, de todas maneras.

Una noche que sintió que el chonchón pasaba, le disparó. Cerca suyo escuchó que cayó algo. Al ir a mirar, encontró que se trataba de su compadre. El hombre se impresionó. Le avisó a su mujer porque esto ocurrió al lado de la casa. La mujer lo regañó. Entonces, tomó de la oreja a su compadre y lo fue a dejar junto a su casa. Mañana le voy a pedir disculpas, se dijo.

Al día siguiente lo fue a ver. Lo encontró todo moreteado en el rostro. Ahí se disculpó. En adelante, no volvió a dispararle a los chonchones porque con un disparo se caen del susto.



[1] Renv: Cueva en la que se reúnen los brujos y brujas. Allí realizan sus encuentros para todo tipo de asuntos. Allí también hacen vida social, hacen fiestas y corren a sus víctimas.
[2] Flor Raguileo, hermana del narrador.
[3] Loreto, sobrina del narrador (hija de Flor).
[4] Vive cerca del lugar mencionado.
[5] Kojetu: costumbre de ir a casa de los deudos – después de ocurrido el funeral – para seguir comiendo y/o bebiendo.
[6] Se refiere al chuponal que se encuentra en el callejón por donde salía el tío Martín.
[7] Miriam, hermana del narrador.

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